miércoles, 14 de noviembre de 2012

Nieva in the new world


La Luna llena relucía en el cielo nocturno sobre aquella calle de las afueras. Las farolas ya envejecidas sufrían de ciertos cortocircuitos y proyectaban intermitentes sombras que a más de uno le hubiesen amedrentado de acercarse por ahí. Pero para Nieva no era una opción. Llevaba viviendo allí dieciocho años y tenía asumido que no se iría hasta dentro de mucho tiempo. El viento comenzó a soplar, colándose entre los resquicios de su ropa y haciéndole sentir un escalofrío. Su pelo de color azabache se revolvía ferozmente ante aquel imprevisto y con las inquietantes luces alumbrando su camino vio recortado al final de la calle su destartalado hogar.
Se alzaba justo al final de la calle, un viejo caserón de hacía varias generaciones, levantado por un antepasado suyo cuando emigró a Estados Unidos. Miró extrañado a las ventanas de su casa, pero no consiguió distinguir ninguna luz en su interior. A aquellas horas debía ser el único punto de luz estable de la zona. Continuó andando hasta llegar a unos diez metros de la puerta, cuando de repente todas las luces se apagaron al mismo tiempo y justo después un espeluznante grito surgió de la oscuridad que se había apoderado de aquel lugar. Con el corazón desbocado corrió hasta su casa, pero para cuando consiguió aferrar el pomo de la puerta algo tiró de él y le arrojó con una fuerza sobrehumana. Cayó varios metros más allá y no sin dificultad consiguió levantar la cabeza para ver a su agresor. Un miedo irracional se apoderó de él, aquello no podía ser verdad. Había algo rodeándolo, una especie de sombra, con dos enormes ojos rojos que brillaban como ascuas surgidas del mismísimo infierno y que se aproximaba lentamente. Antes de perder el conocimiento, volvió a oír aquel estremecedor grito que le heló la sangre y la imagen de aquellos ojos rojos se quedó grabada en su mente mientras todo se desvanecía a su alrededor.



Lo primero que sintió fue frío, mucho frío. Abrió los ojos e intentó incorporarse pero todo le dio vueltas y cayó rápidamente al suelo. Tenía un dolor de cabeza horroroso y no pudo centrarse hasta pasados unos minutos. Volvió a intentarlo y esta vez con siguió sostenerse en pie, pero un escalofrío recorrió su espina dorsal al mirar a su alrededor. Se encontraba en medio de un bosque, sin ningún tipo de referencia de la calle en la que se encontraba o su casa. Avanzó un par de pasos cuando se dio cuenta que todo tenía un extraño tono violeta, como si una enorme foco estuviese apuntando directamente hacia él, cuando miró extrañado al cielo todo a su alrededor pareció detenerse por un instante. Dos enormes Lunas, una azul y la otra roja, se alzaban sobre el firmamento fusionando sus luces y dándole al mundo un aspecto mágico e inquietante. Miró a su alrededor y se percató de que no reconocía nada de lo que le rodeaba. Los árboles eran de una extraña corteza de color azabache, con hojas plateadas que reflejaban la luz de las Lunas y adquirían aquella tonalidad que reinaba en todas partes. Guiado como por un hechizo avanzó hacia la espesura y siguió caminando hasta que el frío y el hambre hicieron que cayese al suelo cuan largo era y la suave hierba, también plateada, le envolvió antes de volver a perder el conocimiento.