Era una mañana de enero
en aquel frió páramo desgastando por la batalla, recode en los días
felices como aquella mañana desayunando con mi mujer mientras mis
pequeños correteaban por el salón y recibí esa maldita llamada que
me trajo a este infierno salvaje alejado de la mano de dios y sin
posibilidad de escapar, pero por mucho que lo piense en esos días felices
todo vuelve a la realidad, dura y atenuante realidad, metido en esta
zanja cual rata maloliente entre explosiones y disparos, rodeado de
cadáveres de amigos y compatriotas y pienso porque yo?..., habiendo
cientos de hombre mas valientes que, pero no le encuentro sentido
todo me iba bien hasta esa llamada y de este infierno solo se sale de
dos formas, o muerto o luchando hasta el final.
Cogí mi fusil comprobé
la munición, apenas veinte balas, sonreí pensando en el futuro que
me esperaba al otro lado de la trinchera, accione el percutor, me
puse ese maldito casco y me dije a mi mismo: -Prefiero morir luchando
que en esta maloliente trinchera-. Me levante empecé a correr hacia
el grupo de árboles de enfrente, savia que era una locura pero me
daba igual, corrí como nunca avía corrido antes, de lejos se oía
la voz de mi sargento gritando mi apellido una y otra vez, pero no
era momento de escuchar si no de actuar, corría por la maleza, me
golpeaba con las ramas, chocaba contra los arboles seguí y seguí
hasta que tuve a la vista ese maldito nido de ametralladoras que
tantos de mis compañeros se había llevado, salte dentro, solo tres
hombres en ella, asustados pues no savia ni quien era ni de donde
había salido, mientras trataban de coger sus respectivos fusiles
apreté el frió gatillo abriendo fuego contra ellos, pero con
aquellas veinte balas apenas mate a dos de ellos, el tercero
aprovecho tal momento para abalanzarse sobre mi, yo no pude
reaccionar era rápido , demasiado astuto y fuerte, forceje con el,
lo golpeaba, pero de nada servía y estaba demasiado motivado como
para morir a mis sucias manos, ya pasaba por mi mente la muerte, me
daba rabia de no poder ver como mis hijos iban a la universidad, como
les enseñaba a montar en bicicleta, enrabiado desenfunde ese
roñoso cuchillo de la pernera y lo clave en su pecho, vi en sus ojos
como se iba poco a poco, se sentó en el suelo, saco una vieja
pitillera de latón, encendió un cigarro, le dio una calada y se
quedó inmóvil mientras sus ojos marrones oscuros me miraban y
balbuceo sus ultimas palabras: -Mutig für einen so jungen- (valiente
para ser tan joven) sonrió y cerro los ojos poco a poco hasta que no
quedo aliento dentro de el, miré a mi alrededor y vi soldados
corriendo de un lado para otro, balas silbando, voces y lamentos, las
explosiones ya no se sentían, cogí aquella desgastada y pesada
ametralladora la puse hacia el lado del enemigo, y pensé... -Ahora
si estoy preparado para mi destino-, gire la cabeza y hay estaba lo
que quedaba de mi batallón sonrientes y mi sargento me miro y dijo:
-Tienes agallas Ramírez, si señor, no e visto persona mas loca y
valiente en mi vida, descansa soldado te lo as ganado-, me senté
cogí la pitillera de aquel alemán saque un cigarro y lo encendí,
mientras mis compañeros levantaban un fuerte desde el que
enfrentarse al enemigo, pero no era momento para florituras, me
levante agarre una de las armas de mis enemigos la cargue y me apoye
en esos sacos de arena dispuesto a matar a todo aquel que se
interpusiera entre yo y mi posibilidad de volver con mi familia.
Esta entrada es de un buen amigo llamado Pedro, y una mención especial por ayudarnos a publicar la entrada nº 71
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